sábado, 16 de mayo de 2009

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martes, 5 de mayo de 2009

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Entrevistas
Mundoclasico.com


La violonchelista Sol Gabetta es una de las grandes figuras de la joven generación. A sus 26 años se ha convertido en una de las intérpretes más interesantes de su instrumento, lo que le ha valido un amplio reconocimiento internacional, concretado en premios, interminables giras de conciertos y la grabación de varios discos con música de Vivaldi, Chaicovsqui, etc. Nacida en Argentina en 1981 en el seno de una familia de origen franco-ruso, inició su formación musical en su ciudad natal, Córdoba, fue becaria de la Escuela Reina Sofía en Madrid y posteriormente amplió sus estudios con Iván Monighetti, en la Academia de Música de Basilea, y con David Geringas en la Musikhochschule Hanns Eisler de Berlin. Actualmente es profesora asistente de Monighetti en Basilea.

Antes de iniciar su gira por España, que la llevará a Madrid y a Oviedo habló con Mundoclásico.com sobre su trabajo y sus proyectos.

Pregunta: En los próximos días actuará usted en España. ¿Qué obras ha programado para sus conciertos?

Respuesta: Es una historia bastante trágica. El señor que organizó estos conciertos, una persona bastante joven, falleció de manera inesperada de un ataque cerebral. Él quería un programa de música judía. En principio tocaré obras de Bloch. En medio queríamos incluir también una obra más ‘latina’, por lo que quizás toque también Ginastera, pero Bloch constituirá el núcleo de este programa.

P: El repertorio para violonchelo es muy amplio. Algunos artistas se especializan en determinadas obras y compositores...

R: No soy una violonchelista de ese tipo. Precisamente lo que me preocupa un poco, y que no entiendo bien, es que en la música clásica se suele creer que hay que buscar un solo camino. Yo no veo por qué ha de ser así, sobre todo cuando se tiene mi edad, antes de los treinta o cuarenta años, en el primer cuarto de siglo de vida musical, justamente cuando es el momento de evolucionar. ¡Sobre todo si se piensa que un ser humano con buena salud puede tocar el chelo más o menos hasta los noventa años! Por lo tanto, si en este momento siento inclinación hacia un compositor, no veo por qué no voy a poder tocar sus obras. El que, por ejemplo, yo no venga del mundo barroco, no es motivo para no tocar Vivaldi. Shostacovich, que es lo que he tocado ayer en Múnich, es otro tema. La gente lo asocia en primer lugar con el origen ruso de mi familia y con el hecho de que como chelista me formé en la tradición de la escuela rusa.

Es cierto que la influencia de ciertas escuelas o compositores puede ser mayor que la de otras y tener su importancia. Sin embargo, no creo que eso tenga tanto que ver con la capacidad de un intérprete para tocar la música de un determinado país, ni creo que la nacionalidad del intérprete sea tan importante. Más importante es el interés personal y la fuerza interna de cada músico. Cada uno desarrolla ese interés de la manera que más le gusta, según lo que más le atraiga. En mi caso, ocurre que de repente quiero hacer algo y que ese objetivo, el tocar una determinada obra, me persigue a veces durante dos o tres años, pasa de ser una idea a convertirse en una necesidad y termina siendo un deber. El proceso llega a su fin cuando puedo tocar la obra en concierto o grabarla. Por supuesto, es un fin transitorio, como todo en la vida.

Por otra parte, una grabación es algo muy delicado, es como una foto. En un concierto es diferente. La transitoriedad no se da más; si no, sería superficial. Yo procuro mirar un poco más allá de detalles como las notas, la afinación etc. En un concierto se cometen errores, pero también ellos son parte de la experiencia irepetible. Un mismo concierto, con un mismo público, orquesta, solista y director no se repite. La atmósfera es cada vez diferente, como la relación entre el público y el intérprete. Un pintor puede corregir su cuadro. Nosotros sólo podemos corregir en una grabación. Pero si a ésta le falta la vida y la espontaneidad del momento irrepetible, tiene menos valor que el concierto, y se queda así para siempre. Por eso los conciertos me importan cada vez más. Quiero que no sean sólo la pura perfección que se busca hoy en día. Esa perfección es necesaria para llegar a algo, pero hay algo más espiritual que tiene que llegar al público.

P: Usted hablaba de la parte espiritual o psíquica de la música. ¿De qué modo se concreta en su trabajo?

R: Para mí lo racional y lo emocional deben estar combinados. Lo únicamente racional puede ser muy fuerte, pero de algún modo casi intocable, casi da miedo. Lo muy emocional y cálido es abierto. Pero le falta fuerza, dirección. Como en la construcción de una casa, la base tiene que ser fuerte y clara, racional. Lo demás es lo emocional, como la elección de los materiales, si ahí pongo algo de madera, que color va mejor aquí o allá... La construcción musical es lo mismo. Pero también hay que saber estar delante de dos mil o tres mil personas, aguantar los nervios, no dejarse traicionar por ellos y que echen a perder el trabajo. Luego hay que mantener una línea desde el principio al final para que el público esté con el intérprete. Porque si el público no está concentrado ¿para quién se toca?, ¿para la pared? La perfección técnica debe también mostrarse. Hay que dominar la música y no dejar que sea ella la que lo domine a uno. Pero a ese dominio hay que añadirle algo, y esa mezcla es muy difícil.

P: Ayer tocó usted el Segundo concierto de Shostacovich en Múnich. En general estamos todos acostumbrados a oírlo en la lectura de Rostropóvich o de intérpretes que han intentado seguirlo muy de cerca. Su lectura es muy distinta, en alguna medida lírica, cantable, un poco mística.

R: Sí, puede ser. En general no hay que tener ideas preconcebidas sobre una obra, es peligroso. Escuchando todas las grabaciones de este concierto me llamó la atención la crispación de muchas versiones. Esto me también me irritó, porque la partitura tiene unas notas concretas. Se puede objetar que quizás a Shostacovich no le importara demasiado el que se tocara do o re, quizás lo importante sea el carácter. Pero ¿para qué se escriben cuarenta minutos de obra, si estos detalles dan igual? En este concierto Shostacovich escribe siempre más o menos los mismos temas, pero cada vez con alguna nota diferente en medio. No es una obra lírica, pero sí más espiritual de lo que se suele creer, con una fuerza interna que está más allá del sonido en sí mismo. En su música Shostacovich expresó la furia que sentía contra su propio país y su situación política; un buen ejemplo de ello son sus útlimas obras, sobre todo la Sinfonía n° 15. El Segundo concierto para violonchelo es una obra extrema. Ciertos acordes, la percusión etc. no son música, son una revuelta, son rabia. Lo interesante y difícil de esta obra son sus contrastes. Cada tres compases cambia el ambiente: se pasa del dolor a la furia, de la furia a la vulgaridad, y de allí a la seducción, la ironía. Esta es una mezcla de caracteres que raramente se ve tan clara en un mismo compositor. Pero volviendo a lo que usted decía, por supuesto que Rostropovich trabajó con Shostacovich. Pero los prejuicios son peligrosos. En mi caso, después de haber grabado Vivaldi quise afrontar a Shostacovich en mis circunstancias personales. El contraste entre los dos compositores es muy grande.

P: Para usted esta obra, ¿qué representa? Fue escrita en unas circunstancias existenciales e históricas muy concretas y muy diferentes de las nuestras actualmente. Nos las podemos imaginar, pero no las hemos vivido, para nosotros son sólo una referencia cultural.

R: Es cierto, pero por otra parte, yo fui durante quince años alumna de dos profesores rusos que fueron discípulos de Rostropovich, no puedo estar tan lejos de la verdad...

P: Quizás no se trate de ‘la’ verdad, sino de ‘una’ verdad...

R: Para mí esta obra representa la confrontación conmigo misma. Es el mirarse a un espejo y verse realmente como se es. En una música como ésta no se puede mentir, no se puede hacer teatro porque no hay tiempo, ni posibilidad de presentarse de modo falso. No se puede presentar nada más que algo interior, algo espiritual. Quizás otro intérprete lo pueda tocar limpiamente, técnicamente. Pero puede ser muy aburrido. Yo lo he vivido ya así en algunos conciertos a los que asistí y en los que sentí la falta de una línea del principio al final, algo por otra parte muy difícil de lograr.

P: Me lo imagino. Todos los temas están interrumpidos, no hay un verdadero desarrollo continuo.

R: Todo empieza y se corta de manera abrupta, como un paro cardíaco. Cuando todo el mundo piensa que la música va a seguir, resulta que, de pronto, ya se ha terminado. Todo es inesperado. Para mí fue una gran experiencia personal el llegar a entender este tipo de música. Me ha llevado mucho tiempo. Hace cuatro años que trabajo en este Concierto. Actualmente lo estoy tocando, pero sigo buscando, ‘cavando’ en él, y probablemente seguiré así toda mi vida. Pero no es el único con el que ocurre esto, hay muchos conciertos en los que se puede ‘cavar’ años y años. A mí este Concierto de Shostacovich llegó a obligarme a descubrirme a mí misma de otra manera. Gente que sólo escuchó mi Vivaldi, a lo mejor no puede imaginarse que yo sea capaz de tocar un concierto como éste.

P: A mí me sorprendió un poco también su otro disco con música de Chaicovsqui. Las Variaciones sobre un tema rococó no son la pieza más frecuentada del repertorio, sobre todo no en la primera grabación de una joven chelista.

R: No me gusta sentirme encarcelada, sentir que debo hacer esto o aquello porque se vende mejor, o porque es parte del repertorio que todos tocan y porque debo demostrar que yo también puedo hacerlo aportando algo nuevo. Creo que cada artista tiene algo nuevo que presentar, tiene su propio sello. Pero pienso que también se debe sentir que la obra forma parte de uno mismo en el momento de grabarla, que forma parte de la propia vida. Si no es así, no veo el sentido de grabar un disco por que sí. Lo puedo hacer, claro, pero sería teatro, y mi vida no es teatro. Soy abierta con el público. Pero si no me siento bien, no puedo serlo. Hace falta sinceridad. A lo mejor eso es la raiz de esa espiritualidad de la que hablábamos. Yo me digo a mí misma que, si el día de mañana estoy enferma o debo morir, quiero estar tranquila conmigo misma. Es decir, saber que mis seres queridos, y el público también lo es de alguna manera, me han conocido como yo soy. No me gusta el teatro a pesar de que en el escenario siempre se está expuesto. En los conciertos hay una cierta tensión, no se está tan relajado como ahora, conversando. En la relación con el público hay situaciones que pueden resultar sorprendentes. Por una parte, hay una cierta cercanía. Por otra parte, en el caso de algunos admiradores que me escriben, esa cercanía puede ser excesiva. Como me ven muy abierta creen que somos familiares, pero no es así. Cuando se está expuesto en escena, es difícil poner un límite.