lunes, 17 de marzo de 2008

"Porque sigo persuadido de que la cultura, a pesar de todo, ayuda a los hombres a ser libres", mencionaba la guía turística mientras nos explicaba que nuestro gallego Torrente Ballester llegó a Salamanca en el año 75 y allí quedó para morir en 1999. Tuvo muchos hijos de dos matrimonios ,y no se hizo cargo de ninguno, el más pequeño sufrió los desaires de su literatísimo pater más que ninguno de sus hermanos. En el café Novelty de la plaza mayor podemos encontrar su escultura sentada en una silla, con una mirada perdida en la inmensidad de las oscuras tardes de invierno salmantino.

Nosotros, comemos a menudo en su casa natal de Ferrol. Casualidades de la vida.

El albergue no estaba mal, lugar céntrico y estratégico, calor, amabilidad del personal laboral, y una comida que sube los niveles de colesterol a cualquiera. Veinte adolescentes en la misma habitación hicieron que me convirtiera en una especie de srta Rottermeier, cerrando con llave la puerta, por que en cuánto me dormía, se escapaban a la habitación de los chicos. Peligro constante...

Pero no todo fue vigilancia, cultura y patrimonio artístico, o conciertos, ha habido tiempo para todo...conocer a mis alumnos un poco más, disfrutar de compañeros fabulosos, reir y bailar de noche, descubrir lugares con encanto, como el campo charro, o Ciudad Rodrigo...y conocer personas como el recepcionista del albergue. Luiz André. Ha sido el mejor monumento que he visto en los últimos tres meses. Brasileño, moreno, ojos negros, metro noventa y cinco, nariz afilada, sonrisa de medalla olímpica, antropólogo, doctorado, cinco idiomas, libre, y viajero incansable. Anoche, me suplicó que renunciara a mis obligaciones mentoras. Le comenté la posibilidad a un compañero de guardia y me fugué con él.

Me llevó en bici, y aparecieron en mi mente recuerdos de niñez, rescatados gracias a su alocada idea. Charlamos durante horas sobre el sistema global establecido por el capitalismo...se niega a entrar: vive sin móvil, sin tarjetas de crédito, dos jeans, cuatro camisetas, un par de jerseys, un par de zapatos y otro de zapatillas, un chubasquero, ropa interior de quita y pon, y una bici prestada porque la suya se la robaron en Amsterdam hace apenas dos meses. Solamente trabaja cuándo lo necesita, y acepta trabajos tranquilos que le dejen leer, estudiar idiomas o aprender. En su cuenta bancaria tiene mil euros. No se prostituye detrás de una barra, o como funcionario en la universidad, o en un hospital...ha vivido en Inglaterra, Alemania, Palestina, Israel, Francia, España,...próxima parada: la india.

Un chico excepcional, aunque no estoy muy segura de comulgar con su filosofía de vida. Ciertamente los dos admiramos a Paolo Freire, pero no creo que pudiera vivir así. Trabajó en un Hospital de Friburgo con niños enfermos de cáncer ( su tesis, ya publicada, trata del comportamiento de estos niños, en la escuela, en el hospital y con su familia). Ahora, colabora desinteresadamente con enfermos terminales de VIH. Una cosa es colaborar un mes con una ONG en latinoamérica y otra distinta es entregar tu vida a ello. Tanto desapego familiar, asusta un poco. Quizás, algún día logre entender este comportamiento.

No hay comentarios: